QUINTO TESTIMONIO



  
Continuamos con el apartado de testimonios de "retazos de una guerra". Esta vez contamos con las vivencias escritas de Carmen Pueyo Marco, una vecina de la localidad zaragozana de Nuez de Ebro que vivió en sus propias carnes las penurias de la guerra española y sobre todo, del periodo de posguerra. En este texto, Carmen nos habla de uno de los aspectos más característicos de dichos periodos: el estraperlo y el mercado negro. Haz clic en el título de esta entrada para continuar leyendo el testimonio.

El texto que vamos a ofrecer a continuación está integramente sacado del libro "Época del estraperlo", de la colección Provecta Aetas. Este ejemplar narra las historias de personas que de un modo u otro vivieron la guerra española y en él, nuestra protagonista, es la encargada de introducir el tema del estraperlo. Cabe destacar que Carmen Pueyo acudió a "La vida sigue igual", un desaparecido programa de la televisión autonómica aragonesa para contar las vivencias que se recogen en este libro. Antes de comenzar con el testimonio definiremos brevemente el estraperlo, que eran prácticas comerciales de mercado negro que cobraron una gran importancia en los años de guerra y sobre todo en el periodo de posguerra.

Y sin más dilación os dejamos con la historia íntegra de Carmen Pueyo Marco
“La experiencia que yo tengo no es mucha, pero trataré de recordarla lo mejor posible.
Soy de un pueblo pequeño, agrícola llamado (Nuez de Ebro). Nací durante la guerra, soy hija única, lo que hizo que durante la guerra no careciera de alimentos.
Mi padre era agricultor, por lo tanto en casa había hortalizas, frutas y verduras en abundancia. Con los productos agrícolas criaban cerdos, gallinas, conejos, pavos y vacas de leche.
Mi padre, como otros muchos, llevaba a moler el trigo para hacer pan a un pueblo cercano, siempre por la noche y por caminos de huerta, siempre escondiéndose de la Guardia Civil. Luego, cuando cocían el pan en el horno del pueblo, tenían que echarle salvado por encima para que pareciese negro. Lo que no se cultivaba aquí era aceite ni arroz.
Mi padre tenía que ir a buscar aceite unas veces al pueblo de mi madre, que estaba a 100 km, y otras a Vástago o Escatrón, que también quedan lejos. Unas veces iba en carro, otras en tren y alguna vez andando. Se lo cambiaban por semilla de alfalfa o remolacha; cuando llevaban la remolacha o la alfalfa en el carro, escondían debajo el aceite o las sacas de harina.
Venía al pueblo una vez por semana la señora Justa (la estraperlista)y, a cambio de huevos, gallinas, conejos, pan blanco y el tabaco de ración, pues mi padre no fumaba, traía hilos para coser, medias, calcetines, ropa interior, colonia, jabón de olor, arroz, chocolate.
Teníamos familia en Barcelona. Eran feriantes y manejaban mucho dinero, pero, como ellos decían, no se lo podían comer. Venían con un camión cargado con autos de choque, que, en cuanto llegaban, encerraban. Traían telas, lana para hacer jerséis y calcetines, sosa cáustica, sal, especias y azúcar moreno, que ellos, a su vez, conseguían también de estraperlo para hacer los dulces que vendían en la feria.
A cambio, mis padres les conseguían en el pueblo patatas, huevos, harina, animales de corral, cerdos y, algunas veces, una vaca que sacrificaban en mi casa y hacían embutidos. Salaban los jamones y hacían cecina.
Con la sosa cáustica que traían y las grasas que no valían, hacían jabones para lavar la ropa.
Cuando se marchaban, lo cargaban todo escondido en los autos de choque y regresaban a Barcelona.
También teníamos familiares en Zaragoza que venían en bicicleta, nos traían pescado, plátanos, naranjas y se llevaban huevos, patatas, animales y demás hortalizas.
Estos son mis lejanos recuerdos del estraperlo”.

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La Guerra Civil española


La Guerra Civil Española (1936-39) es, sin duda, uno de los períodos más aciagos de la Historia Contemporánea.

Lo que comenzó siendo el alzamiento de una parte del ejército, encabezado por los generales Mola y Franco, con el fin de deponer al legítimo Gobierno de la República y el orden Constitucional imperante, terminó por cobrarse casi un millón de vidas, desgarrando las entrañas mismas de la sociedad.

Tras cumplirse siete décadas del fin de la contienda, es necesario, más que nunca, que permanezca viva en nuestra memoria, sin falsos maniqueísmos, para reivindicar los valores que engloba la dignidad de la persona, cuya conquista no es un hecho irreversible, sino que debe lograrse día a día desde compromisos profundamente éticos, y por tanto, humanos.


Miguel Ángel Motis Dolader, Doctor en Historia